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LA CUARTA PALABRA (Una pequeña Narrativa)

  • Foto del escritor: Marco Velázquez
    Marco Velázquez
  • 11 abr 2020
  • 3 Min. de lectura

El dolor era agonizante. Sus últimas tres horas de vida fueron las más doloras que hubiera experimentado. En su rostro no solo se escurría el sudor, sino que gotas rojas, gotas de sangre abrazaban su cara.



La respiración era cada vez más agitada. Con trabajo y podía impulsarse sobre sus pies para agarrar aire.


Los clavos molestaban. Provocaban un dolor que las palabras no podrían describir.

La sangre seguía goteando. Ya dolía estar en esa posición. Colgado. Sostenido solo por clavos profundamente clavados en el madero. Con los brazos extendidos sobre aquella cruz, era la imagen que podían presenciar todos.


Entre momentos se escucha otra respiración forzada.


Su mirada. Su mirada parecía estar perdida. En su mirada se podía observar los gritos desesperantes de su dolor. Pero también, en su mirada, se podía observar una compasión y una determinación tan genuina que hacía que muchos se preguntasen: -¿Por qué?, ¡sino hiciste nada malo, ¿Por qué estás ahí?!


Otra respiración. Esta vez más profunda. Esta vez más dolorosa. Esta vez más agonizante. El Maestro, el profeta, el Mesías, el Hijo de Dios, ¡el Rey de los Judíos!, como decía su letrero, estaba a punto de morir.


-¿Le tendría miedo a la muerte?-


Llantos se escuchaban alrededor de la cruz. Pero también, burlas y escarnio se escuchaban por ahí.


-¿Cómo era posible?- decían unos. -¡salvaste a muchos y a ti mismo no puedes salvar!-

Otros más de decían entre sí: -si dijo que era Hijo de Dios, ¡pues que Dios lo salve!

-eso le pasa por andar blasfemando- por hacerse pasar por su Hijo.


¿Era Jesús Hijo de Dios?, indudablemente.


Otra respiración más.


En eso, cerca de las tres de la tarde algo comenzó a suceder. Una oscuridad comenzó a rodear el lugar. Entonces un grito desgarrador se escuchó.


La voz débil, agitada, pero con el reflejo más alto de convicción provenía del madero. Provenía de Jesús. Y con mucha fuerza logró pronunciar las siguientes palabras:

« ¡Elí, Elí!, ¿lemá sabactani?». Eso quiere decir: « ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?»


Todos se quedaron atónitos ante tales palabras. Muchos confundidos pensaban: -a Elías está llamando- pero, ¿Por qué lo llama?, ¿A caso no era Dios su fortaleza?


Otros decían: - ¿A caso Dios, de quien tanto decía que era su Padre lo había abandonado?


Entonces, ¿Qué estaba pasando?


Ese día, antes que Jesús entregará su vida por amor a toda la humanidad, muy pocos habían comprendido el gemido de Jesús: Padre, ¿porque me has abandonado? Hasta las últimas consecuencias, hasta lo último de su vida, Jesús, totalmente hombre pero, totalmente Dios. Enseñaba varias cosas.


Algunas pudieran ser las siguientes:


1. Hasta ese momento colgado en la cruz, reflejaba a la humanidad que ÉL, el Hijo de Dios, verdaderamente se identificaba con el dolor humano. Podía sentir la angustia, el dolor, el miedo a la muerte, todo el peso del pecado de la humanidad. ¿Quién más nos podrá entender sino solo él?, ¿Quién más sino solo él, podrá entender nuestra situación? Ahí en la cruz lo expresaba.


2. Su grito. Ese grito que expresó antes de morir, ese grito solo podía reflejar una cosa: aun en los momentos más crudos de la vida, su obediencia y su completa confianza en Dios siguieron estando firmes. ¡vaya! ¡hasta el último momento de su vida les enseñó a todos a como depender de Dios! El Hijo mostraba total confianza en el Padre.


3. Su determinación a morir por la humanidad solo pudo ser provocada por una sola cosa: amor. El amor de Dios. Un amor incondicional. Un amor que no se expresaba en palabras, sino en hechos. Un amor que se expresaba con el acto más grandioso y a la vez doloroso de la historia. El Hijo de Dios muriendo por la humanidad, para que esta fuese reconciliada con Dios mismo.


Debes saber que la historia continua. Pues la muerte no pudo vencerlo. Pues al tercer día él resucitó.


Dios te bendiga

 
 
 

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La Gloria fue, es y siempre será de Dios

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